
Articulo publicado de SANTO SERIO,
un hechicero Huichol
11 de agosto de 2010 a la(s) 17:59
SANTOS SERIO por Roberto DurƔn
Su nombre era sinónimo de temor y misterio. La primera referencia que oĆmos de Ć©l se hizo con miedo, como de alguien que ejercĆa poder sobre su vida. La mujer que me habló habĆa sufrido muchos aƱos por un hechizo de Santos Serio. Mientras me describió el dolor que padecĆa a causa de este ministerio personaje, me sentĆ intrigado. Escuchar la angustia de ella me hizo enojar, y supe que ese enojo me estaba apartando del mandato del SeƱor que dice: "Bendecid a los que os maldicen." Con una misteriosa combinación de fe y de sentir que no habĆa otra opción, bendije a Santos, pidiĆ©ndole a Dios que le diera una relación personal con Cristo.
En esos momentos no sabĆa que mi oración me llevarĆa a las montaƱas de la Sierra Madre de MĆ©xico, lugar en el que jamĆ”s habĆa estado antes. Durante los viajes a la sierra con Adolfo GarcĆa, quien estĆ” encargado de nuestro ministerio a los huicholes, formulĆ”bamos muchas preguntas sobre Santos. Descubrimos que todos evitaban cualquier contacto con Ć©l. Por mucho tiempo buscamos en vano quien nos llevara al hogar de Santos. Al fin, Maximino, nuestro primer convertido huichol aceptó con la condición de que Ć©l no entrarĆa al recinto compuesto de pequeƱas chozas, algunas de ellas amacenes y otras para las ofrendas que les ofrecĆan a sus numerosos dioses.
Al comenzar el viaje me sentĆa emocionado. El sol estaba ardiente, y nuestro burro apenas soportaba la carga de frijoles y arroz que le llevĆ”bamos a Santos. La subida era difĆcil. Al ver las sendas, notamos que ninguna llevaba directamente a la choza de Santos. Le comentĆ© el hecho a Maximino quien me respondió: "Nadie lo visita porque todos le tenemos miedo."
HabĆa llegado el momento esperado. Santos apareció ante nuestra vista, ataviado con su gastado traje huichol. Su cara era oscura, llena de profundas arrugas y una gran cicatriz la atravesaba; su bigote era largo y blanco, su mirada fija y distante. DespuĆ©s del saludo yo estaba tratando de hablarle cuando Santos dijo: "Anoche soƱƩ con ustedes, han venido a visitarme para hablarme de su Dios. Me han dicho que saben sanar, Āæpueden sanar a mi esposa? EstĆ” triste, no quiere comer. ĀæLa pueden ayudar?"
La respondimos que la ayudarĆamos, mientras Ć©l hablaba con su joven y atractiva quinta esposa, ya que Santos con mĆ”s de 90 aƱos habĆa sobrevivido a todas las demĆ”s. Cuando Teresa se acercó, notamos su profunda depresión. Al orar por ella, sentimos el poder de Dios. DespuĆ©s de una corta oración, Teresa estaba tan empapada en sudor, que parecĆa que alguien le hubiera tirado encima un cubo de agua.
Nos sentamos afuera de la choza, y comenzamos a conversar, recordĆ”ndoles la razón de nuestra presencia allĆ. Santos parecĆa cómodo con el hecho de que nuestro Dios no habĆa enviado a compartir su amor con Ć©l, y no nos refutó cuando le dijimos que su vida de hechicerĆa y prĆ”cticas de ocultismo lo mandarĆa a un tormento eterno sin fin. Sus ojos brillaban cuando le dijimos que hay perdón total y una nueva vida en el Dios que nos habĆa mandado para darle este mensaje. La razón por la cual Santos estaba tan interesado en nosotros era al fracaso que habĆan tenido sus hechizos para hacernos daƱo. MĆ”s tarde nos preguntarĆa acerca del poder que nos protegĆa haciendo ineficaz su hechicerĆa. El cambio en Teresa fue obvio. Ahora gozaba de una profunda paz que se reflejaba en su sonrisa. Santos estaba cada vez mĆ”s dispuesto a hablar de su vida, pero lo que mĆ”s le agradaba oĆr era que aun su maldad podrĆa ser perdonada, y del gozo de vivir la eternidad con Dios.
Siempre rechazó la invitación de ir con nosotros a la ciudad de Zacatecas, pero en unjo de los viajes, lo notamos muy dĆ©bil e insistimos para que fuera a recibir atención mĆ©dica, y aceptó. Pasó dos meses allĆ, asistiendo a las reuniones y observando cada detalle de nuestros cultos. A medida que Dios se revelaba a Santos, sus propias creencias animistas estaban siendo desafiadas.
Mientras estaba en Zacatecas lo internaron en el hospital y éste fue el diagnóstico: haber vivido noventa años de trabajo duro, y a veces sin tener los suficiente para suplir sus necesidades bÔsicas.
Santos querĆa regresar a su hogar. Puesto que su condición era cada vez mĆ”s precaria, lo complacimos. En el viaje de regreso, paramos en Tuxpan y Ć©l pasó la noche en casa de unos amigos. Cuando lo fui a buscar por la maƱana, lo encontramos con sangre seca en la cara. Su amigo danzaba y cantaba, meneando plumas sobre Santos, usando el mĆ©todo de curación huichol. Me enterĆ© de que se habĆa caĆdo y golpeado la cabeza. Cuando me vieron, el ritual cesó. Yo ya me habĆa ganado el respeto de ellos, y me permitieron intervenir y ofrecerle ayuda a mi amigo Santos.
Después de llegar a su hogar, volvà a insistirle sobre la necesidad urgente de abrirle su corazón a Cristo. Me miró y dijo: "Yo sé que lo necesito, mi amigo, pero no puedo." Oré por él antes de salir de la choza.
Esa noche, Adolfo y yo sentimos que Dios nos mostraba que habĆa espĆritus malignos que querĆan que Santos muriera y que estaban listos para llevĆ”rselo. A la maƱana siguiente hablĆ© con Santos sobre la necesidad de abrir su corazón a Dios. Le expliquĆ© que habĆa espĆritus demonĆacos que querĆan llevĆ”rselo, y Ć©l me respondió: "SĆ, sĆ, estĆ”n tratando de llevarme." Le preguntĆ© si querĆa que Cristo entrara en su corazón y me respondió que sĆ, asĆ que comencĆ© a guiarlo en una oración para que repitiera despuĆ©s de mĆ.
Todo iba bien hasta que llegamos a la parte en que tenĆa que repetir la frase: "SeƱor JesĆŗs, ven a mi corazón." Se hizo un profundo silencio. Pensando que no me habĆa oĆdo bien, le repetĆ la frase. Le preguntĆ© si entendĆa mis palabras y me respondió que sĆ. InsistĆ una y otra vez con la oración, pero al llegar al punto de invitar a JesĆŗs a que entrara al corazón de Santos, se producĆa el silencio.
Iba a desistir cuando Teresa me dijo: "No te vayas, los espĆritus le estĆ”n agarrando la garganta y no dejan que lo diga." Habló con tal convicción y naturalidad, que obviamente ella estaba viendo algo que yo no veĆa.
Entonces le hablĆ© al espĆritu en el nombre de JesĆŗs , y le ordenĆ© que le soltara la garganta a Santos. Luego volvimos a nuestra oración, y Santos pudo repetir cada palabra. Al finalizar, Santos ya no era la misma persona, su rostro brillaba. Santos habĆa aceptado a JesĆŗs como su Salvador personal.
Cuando nos despedimos, se incorporó en su lecho y nos dijo: "Que Dios le bendiga." Esas palabras resuenan aún en mi corazón.
Un hombre que habĆa maldecido por mĆ”s de noventa aƱos, ahora nos bendijo. DespuĆ©s de esa ocasión, sólo vi a Santos un par de veces mĆ”s. La Ćŗltima vez que lo vi, hablamos del cielo, y bromeando me dijo: "Yo voy a llegar allĆ primero." La paz de su nueva vida era evidente en mi amigo.
Santos se fue con el Señor dos meses después de haberlo aceptado. Dios, en su amor y misericordia, salvó a un hombre que vivió la mayor parte de su vida al borde del infierno, y le perdonó sus pecados. La sangre de Cristo lavó los pecados de mi amigo Santos, igual que puede lavar sus pecados. Yo sé que Santos Serio hoy estÔ en cielo.